Una constelación disidente
Arena de aguaje |
Espuma de aguaje |
No en vano, este año, en la “saneada”
Plaza 24 de Mayo, en Quito, instaló su colorida y particular versión de los
personajes del carnaval andino. Y como ocurre en el carnaval, lo que fundamenta
la obra de Fernández es el elemento cómico, presente en casi todos sus trabajos,
desde sus hilarantes textos escritos hasta sus proyectos propiamente artísticos
como La procesión (2004-2006), un conjunto
de dibujos de figuras zoomorfas y antropomorfas recortados y sobrepuestos al
muro, que conformaban una romería pagana y festiva, o su serie los Marmanjos (2007) –término
que en portugués nombra al hombre “vago” o “desocupado”–, donde el héroe cómico volvía a ser
animalizado. Si, como señala Umberto Eco en su lectura del carnaval, esta
animalización es “la máscara a través de la cual pasamos hacia la risa la
dificultad de vivir”, no es menos
cierto que las criaturas de nuestra artista experimentan también –en un ejercicio
de ascesis o liberación– un devenir
marmanjo, esto es, una singular realización de ese devenir animal ampliamente desarrollado por Gilles Deleuze. Devenir marmanjo –aventuro– vendría a ser
algo así como dar un paso al costado de los códigos y las reglas del capital,
de la struggle for life que impone la economía de mercado, “hasta
devenir insignificante” –conforme
a la divisa deleuziana.
Lo cierto es que esta degradación e
igualación rituales que instituye el carnaval ha servido a la artista
precisamente para subvertir simbólicamente las oposiciones binarias y los
sistemas jerárquicos que cimientan la sociedad y la cultura: lo alto y lo bajo,
lo popular y lo culto, lo consagrado y lo marginal, lo serio y lo cómico,
configurando un gozoso melting pot, donde todos sus componentes
han sido medidos con la misma vara socarrona, dicharachera, plazuela, pues su
lugar de enunciación, su plaza fuerte, es la plaza pública. Es allí donde la
artista emplaza a sus oponentes, hace buena parte de sus provisiones y
despliega todo su arsenal verbal y plástico. Este es –a grandes rasgos– el
circo de Miranda Texidor, el cosmos cómico de Ana Fernández.
Su reciente propuesta,
humorística e irónicamente bautizada Masivas concentraciones explosivas de flores atacan
a la Galaxia Gris continúa por un lado sus exploraciones plásticas arraigadas
en los dominios del kitsch, y por otro, su guerra sin cuartel contra lo que llama
la “Galaxia Gris”, es decir, las manifestaciones artísticas derivadas de la
ansiedad sociológica y antropológica que Fernández encuentra trilladas,
tediosas y chatas. A este orden frío y muchas veces aséptico –gobernado por los
discursos y teorías en boga– que constituye el mainstreäm del arte nacional y mundial, la artista opone la reivindicación
del oficio, y con él, la vindicación de la forma, del color, de la materia, que
nos devuelven la experiencia física y sensorial del mundo.
Estallido de flores tropicales y psicodélicas –que recuerdan la
estética flower power o los collages de Beatriz Milhazes–, vibrantes
mosaicos tachonados de círculos y cubos –que remiten a los diseños textiles
artesanales–, salpicaduras y chorreos que interrumpen sus apretadas tramas –descarga
seminal, chisguete carnavalero–, guiada por “la imaginación y el deseo” –en sus
palabras– y revisitando los olvidados desvanes del informalismo y de la Action painting, las pinturas últimas de
Ana Fernández trazan una constelación disidente y policroma en la plomiza superficie
del arte ecuatoriano actual.
Cristóbal Zapata
Cuenca, septiembre, 2012.
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